Si Francés Mayes recreó su historia de “Bajo el sol de Toscana” en Cortona, la mía ha sido concebida en Villamagna, localidad en el Ayuntamiento de Bagno en Ripoli, a 12 km del centro de Florencia en 2011. Fue un impulso lo que me empujó a reformar la casa de mis padres, arrastrada más por la emoción que me creaban los añorados recuerdos de mi familia, que por un motivo puramente racional.
Hasta los años 50, la casa fue habitada por granjeros, que vivían e trabajaban como agricultores, y remodelada por mis padres en los años 80, siguiendo los cánones de aquellos tiempos. Por aquel momento, la casa estaba compuesta de una planta baja en donde se guardaban los bueyes que ayudaban a los labores en el campo; un cuarto en el que se depositaban las jarras de aceite; un bajo de grandes dimensiones pavimentado en piedra que contaba con el lagar para el vino, un horno de ladrillo para ayudar a las fermentaciones, las trituradoras para las aceitunas, y multitud de otras máquinas. Mientras que la planta superior era la vivienda de los campesinos que habitaban en la casa.
Desde que decidí reformarla, la recuperación de las diferentes zonas ha sido lenta pero constante. Después de 9 años, continúo todavía con el trabajo, pero ahora avanzando a mayor rapidez, tras decidir vender mi apartamento en la ciudad. En el 2018, excavé un pozo y encontré agua a los 80 metros de profundidad, por lo que ahora puedo regar y mantener sin problema todo el jardín y las zonas verdes que rodean la casa. Ahora mismo, mientras escribo, y comienza la primavera, la naturaleza empieza a inundarme de colores y olores de las más variopintas flores y plantas que me transportan a los mejores de mis recuerdos, y que aporta, todavía más, un halo mágico a esta casa… ¡Una verdadera inmersión entre pasado y presente!